jueves, 22 de noviembre de 2012

Sin duda, el libro "Educar sin gritar", cuya lectura nos recomienda la profe Mónica, es una oportunidad para reflexionar sobre nuestra labor educativa como padres y como profesionales de la educación. Y es que, a veces, se nos escapa una voz más alta que las demás y que, realmente, no sirve para que nuestros hijos y alumnos reaccionen de forma positiva. Y eso si  el vozarrón se escapa sólo "a veces", porque si se torna en lo habitual, entonces el efecto en la conducta de los niños-as es devastador.

Desde la comisión de profesores-as "Quiero contarte", queremos contaros una historia tan real como la misma vida:
 
 
Iván era un niño de 12 años que vivía en un barrio periférico de una ciudad de provincias. Su padre trabajaba dando portes con un camión de gran tonelaje, por lo que durante la semana pasaba algunos días fuera de casa,  y su madre en las labores domésticas. Tenía una hermana pequeña y juguetona. Iván era alegre, pero le faltaba voluntad de superación.

 Desde muy pequeño a Iván le gustaba el atletismo, ya que en su barrio había una gran afición, incluso vivían en el barrio un campeón provincial de “carrera de velocidad” y una campeona nacional de “carrera de fondo”.  Iván quería dedicarse al atletismo profesional y así se lo dijo a sus padres, que lo apuntaron a un equipo del barrio. Iván entrenaba dos días en semana, pero no obtenía los resultados que deseaba, sin embargo él quería ser un gran campeón, la prueba que más le gustaba era la de 1.500 metros lisos, una carrera durísima.

Al llegar el fin de semana, Iván, cansado de las clases de la semana, y de los dos días de entrenamiento, no tenía ganas de ir a entrenar; pero él sabía que para ser un campeón hay que hacer grandes esfuerzos, incluso sacrificios que, sin duda, serían recompensados con el éxito. Pero… es que era tan duro levantarse para ir a entrenar, aunque fuera acompañado de su mejor amigo, que lo acompañaba mientras Iván corría por el parque cercano a su casa. Por eso Iván se quedaba acurrucado entre las mantas, mientras su padre, buena persona pero algo brusco, le decía:

-¿Y tú quieres ser corredor profesional? ¿Tú quieres ser campeón nacional? Tu lo que eres un pedazo vago que estás haciendo que me gaste el dinero para nada, pedazo de vago.

A Iván no le gustaban las palabras de su padre, aunque sabía que éste quería lo mejor para él y que algo de razón llevaba: no se puede ser un campeón de atletismo sin entrenar mucho, mucho; e Iván quería ser un corredor profesional, y a ser posible campeón. Pero, triste y ofuscado, no sólo no se levantaba sino que se metía encogido entre las mantas sin importarle ya nada.

Pero al rato sucedía el milagro. Una vez que su padre se cansaba de reprocharle y gritarle, su madre pasaba a la habitación y se sentaba en el borde de la cama de Iván, acariciándole y hablándole con carió y templanza. Su madre le decía:


- Iván, hijo, ya hace más de una hora que estoy viendo, por la ventana, correr en el parque a Marisa, la campeona nacional de carrera de fondo. Ella ya ha ganado muchas medallas, pero tiene tanta afición y deseo de superarse que ahí está, con más de treinta años, dejándose el pellejo pero disfrutando. Tú sabes que ser corredor profesional exige mucho esfuerzo y ser campeón… que te voy a decir.

Todo esto se lo decía acariciándole el pelo y de manera muy templada, con mucho amor.  Inmediatamente, Iván se levantaba de un salto, se aseaba, tomaba un desayuno de barritas energéticas y telefoneaba a Luis para que le acompañara al parque. Y esto solía ocurrir muchos fines de semanas.

Iván no llegó a ser campeón nacional, pero sí corrió grandes pruebas en un equipo profesional, y hoy día, que ya es un hombre, es entrenador de un equipo de atletismo, además de profesor de Educación Física en un instituto, porque, con cariño y dulzura, fue capaz de correr y estudiar.



Comisión QUIERO CONTARTE

 

1 comentario:

  1. Hola somos los alumn@as de 3ºB. Nos ha gustado mucho la historia de Iván, y la verdad es que no nos gusta que los mayores nos den voces; aunque algunas veces sacamos de sus casillas a nuestros padres, que acaban dándonos un "berrido". Pero preferimos que nos hable con cariño porque los niños aprendemos lo hacen los mayores, más que lo que dicen.

    Un saludo de 3ºB y del profe Santiago para todo el colegio Rosa Luxemburgo.

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